Mensaje de Thoraya Ahmed Obaid, Directora Ejecutiva del UNFPA
11/07/2005
Hace sesenta años, los fundadores de las Naciones Unidas proclamaron su determinación de preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra, reafirmar su fe en los derechos humanos, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de los países grandes y pequeños. Se comprometieron a establecer condiciones en que se mantuvieran la justicia y el imperio de la ley y pudieran promoverse el progreso social y mejores niveles de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad.
Seis decenios más tarde, es más evidente que nunca que los derechos humanos deben ser el componente central de las acciones para reducir la pobreza, la discriminación y los conflictos. Hoy, en el Día Mundial de la Población, renovemos nuestro compromiso en pro de esta visión de un mundo mejor. Comprometámonos a luchar por la igualdad, la justicia y la vigencia de los derechos humanos para todos.
Los beneficios de la igualdad entre hombres y mujeres son numerosos; entre ellos, la mejor calidad de la vida para cada mujer y cada niña y una mayor fortaleza de las familias, las comunidades y los países.
Por otra parte, los costos de mantener la desigualdad son también altos y pueden medirse en función de cuerpos devastados, sueños destrozados y espíritus agobiados. Los costos incluyen altas tasas de defunción y discapacidad derivadas de la maternidad cuando la salud de la mujer no es una prioridad política. Actualmente, la deficiente salud sexual y reproductiva es una causa principal de muerte y enfermedad para las mujeres del mundo en desarrollo. Ningún otro aspecto de la salud refleja las grandes desigualdades entre ricos y pobres, entre distintos países y dentro de un mismo país. La pobreza y la desigualdad también impulsan la infección con el VIH, porque las mujeres carecen de facultades para negociar su protección personal. Otro costo es la persistencia de prácticas nocivas que entrañan peligros para las vidas de mujeres y niñas. Para decenas de millones de niñas, el matrimonio en la infancia y la procreación precoz significan que su educación queda trunca, sus oportunidades quedan limitadas y padecen graves riesgos de salud. Pero tal vez el costo más alto de la discriminación por motivos de género es la violencia generalizada contra las mujeres y las niñas, que sigue siendo una de las violaciones más bochornosas y más generalizadas de los derechos humanos y menoscaba la seguridad personal, la libertad, la dignidad y el bienestar de millones de mujeres y niños en todo el mundo.
El mundo puede mejorar esa situación. Las soluciones son bien conocidas y eficaces: impartir educación universal para niñas y niños varones, eliminar las barreras que obstan a la participación de la mujer en condiciones de igualdad en la vida social, cultural, económica y política, involucrar a jóvenes varones y hombres en la lucha por la equidad, realizar campañas de masas para crear conciencia y aplicar leyes y políticas que promuevan y protejan la gama completa de los derechos humanos internacionalmente acordados, inclusive el derecho a la salud sexual y la salud reproductiva. Todas esas acciones se condensan en el concepto de “igualdad”.
La igualdad es un fin en sí mismo y también una condición básica del desarrollo. La igualdad es un objetivo que exige compromisos políticos sostenidos y liderazgo. Hoy, en el Día Mundial de la Población, exhorto a los líderes en todos los niveles a pronunciarse acerca de los grandes beneficios que ofrece la igualdad de derechos a toda la familia humana y a que adopten medidas concretas y urgentes para plasmar esos derechos en la realidad. 

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